En un artículo de la revista Okapi, del año 2008, titulado “2032: colegio tecnológico”, se plantea la posibilidad de un colegio totalmente informatizado, donde las nuevas tecnologías están presentes desde el momento mismo en el que los niños entran al colegio (control de acceso mediante tarjeta, información inmediata a los padres sobre ausencias, etc.), hasta la dinámica de las clases (ordenador individual, pizarra electrónica, etc.)
Tanto despliegue tecnológico nos puede llevar a pensar que nos encontramos ante la escuela ideal, pero si analizamos más detenidamente este tipo de enseñanza tal vez nos llevemos alguna sorpresa, pues en muchos aspectos este prototipo de escuela tan avanzada sigue teniendo muchas similitudes con la escuela del siglo XIX.
La tecnología con la que hoy disponemos ha creado una abundancia de conocimiento a disposición de los estudiantes y la información se nos presenta en tantas formas que cualquier niño puede encontrar y utilizar el material necesario. Por lo tanto, en este aspecto, la influencia de las nuevas tecnologías en las aulas puede ser muy positiva.
Sin embargo, junto a este mayor acceso al conocimiento, surge una probable pérdida de las habilidades de comunicación y capacidad de interacción entre los niños y sus maestros, entre los niños y sus padres e incluso, entre ellos mismos. No podemos olvidar que además del aprendizaje, la socialización y la resolución de conflictos deben ser dos de las razones más importantes por las cuales los niños van a la escuela.
Por otra parte, en esta escuela tan tecnológica sigue poniéndose de manifiesto aquello que tanto se ha criticado a la escuela tradicional: el poco protagonismo del alumno en la clase. Si en la escuela del siglo XIX el protagonismo lo tenía el maestro, quien transmitía sus conocimientos a los niños mientras éstos escuchaban sus enseñanzas pero sin que hubiese una interacción entre el maestro y sus alumnos, en esa futura escuela tecnológica del siglo XXI corremos el riesgo de que el protagonismo lo tome el ordenador o la pizarra electrónica y el alumno continúe siendo un mero actor secundario.
La tecnología puede mejorar los métodos tradicionales de enseñanza, pero no puede remplazar el contacto humano. En última instancia, la calidad de la clase dependerá exclusivamente de la calidad del maestro a la hora de fomentar la creatividad del alumnado, y no de la presencia de ordenadores, pizarras electrónicas, o cualquier otro ingenio tecnológico.
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